Uno de los mayores valores de Galicia siempre ha sido el agua, una tierra de alma atlántica, rodeada por mar en tres de sus cuatro provincias, con importantes cuencas fluviales y con un cielo que lagrimea, de media, entre noventa y ciento cincuenta días al año.
Aquí tardaron en llegar las carreteras, no digamos las autopistas. Ya ni hablemos de las líneas ferroviarias de alta velocidad.
Pero hace veinte años, nos asfaltaron el mar.
Y todos incorporamos una palabra nueva a nuestro vocabulario: chapapote.
A Costa da Morte, donde el océanos devora barcos
Ya desde tiempos del Impero Romano, se consideró a esta zona del litoral noroeste de la Península Ibérica como un lugar mágico. No en vano, aquí se ubicaba el fin del mundo, el Finis Terrae, un lugar donde los antiguos moradores celtas adoraban al sol en aquel altar conocido como “Ara Solis”.
Según el mito, la destrucción de este altar se atribuye al propio Apóstol Santiago, en el tiempo en el que se hallaría evangelizando estas tierras, momento en el que surge también el mito de A Virxe da Barca.
Pero en la era moderna, A Costa da Morte es conocida y debe su nombre a los numerosos naufragios acaecidos entre sus fatales fondos rocosos. Y no solo es famosa por los múltiples hundimientos, sino que precisamente a ellos debe su nombre, acuñado en el s.XIX por la escritora británica Annette Meaking, que la bautizó como Coast of Death.
Se dice que los muchos temporales que se producen en esta zona han sido los culpables de más de seiscientos naufragios documentados desde la Edad Media hasta hoy, lo que supondría la mitad del catálogo de todos los naufragios acaecidos en los mil quinientos kilómetros de costa de toda Galicia. Pero podrían ser muchos más sin documentar.
Aunque ni la negra historia que precedía a este litoral ni los medios náuticos del s. XXI podían presagiar que, en el año 2002, se iba a producir una catástrofe marítima sin precedentes y ante la que todos los gallegos gritamos al unísono: Nunca Máis!
El Prestige, un zombie a la deriva en un cementerio de barcos
El trece de noviembre del año 2002 se tuvo noticia de que un carguero tenía problemas en el corredor de Finisterre. Era, nada menos, que un petrolero. Su nombre, Prestige. El capitán Apóstolos Mangouras emitió el mayday a las tres y diez de la tarde desde aquella nave antigua, monocasco, de doscientos cincuenta metros de eslora con veintisiete tripulantes a bordo. Habían perdido el control del buque y un fuerte temporal había abierto una vía de agua en el casco. El barco se escoraba con setenta y siete mil toneladas de fuel pesado frente a A Costa da Morte.
Tras el rescate de buena parte de la tripulación, se decidió remolcar al barco, cuando estaba ya prácticamente encima de Muxía. Pero las autoridades tomaron la decisión de alejarlo de la costa, de llevárselo mar a dentro. Esto supuso que, de haber podido controlar un derrame de fuel que habría afectado a unos pocos kilómetros de litoral si lo hubiesen llevado a puerto seguro, al final se acabaron bañando en petróleo dos mil kilómetros de costa española, portuguesa y francesa.
El Prestige se hundió el 19 de noviembre de 2002, después de seis días dando bandazos en una de las costas más agrestes del mundo. El fuel había llegado a tierra ya el día 15. De las setenta y siete mil toneladas que cargaba, se acabaron derramando sesenta y tres mil.
La movilización de la gente y el Nunca Máis!
La catástrofe del hundimiento del Prestige en A Costa da Morte supuso una movilización de la sociedad civil sin precedentes, demostrando que la coordinación improvisada puede funcionar mucho mejor que la de una Administración altamente burocratizada.
Fue la ola de solidaridad más grande vista en España hasta la fecha, con más de trescientos mil voluntarios desplazados a las costas gallegas desde todo el país, pero también desde el extranjero para recoger el chapapote con sus propias manos.
También se creó una conciencia medioambiental inédita hasta entonces.
La marea blanca peleó, cuerpo a cuerpo, contra la marea negra que ahogaba el riquísimo ecosistema del litoral. Los pescadores y mariscadoras, que vieron su medio de vida destruido en pocas horas, salieron al mar a pescar chapapote.
La gente también salió a las calles para manifestarse en muchas localidades y surgió en movimiento Nunca Máis, una corriente transversal formada por toda una sociedad descorazonada por la tragedia. El mayor movimiento social de la historia de Galicia, según diría su portavoz en aquel momento. Seguramente tenía razón.
La presión de la gente fue esencial para que los distintos organismos tanto regionales, nacionales como europeos se tomasen un poco más en serio los riesgos que supone el tráfico marítimo. Se dotaron más medios y la Unión Europea blindó sus costas a los denominados buques basura, que es lo que encajaría bajo la descripción técnica de lo que era el Prestige en el año 2002, cuando se le permitió partir desde China después de una dudosa reparación.
La catástrofe del Prestige fue un punto y aparte en la historia de Galicia en el que se vio lo peor y lo mejor que puede pasarle a una sociedad. Junto al Santuario da Virxe da Barca se construyó un monumento, A Ferida, que nos lo recuerda.
El movimiento Nunca Máis se ha ido diluyendo con el tiempo y, veinte años después, podría ser un buen momento para repensarlo en forma de pregunta.
¿De verdad, Nunca Máis?
Una autopista marítima sigue circulando hoy frente a A Costa da Morte, en concreto, unos treinta y cinco mil barcos mercantes pasan al año por nuestro litoral. Esperamos que esta ruta siga siendo de agua y no de asfalto. Sí, debe ser un compromiso y un propósito común, sin interrogantes.
Nunca Máis.
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