Hace años, cualquiera que visitase Camelle, en A Costa da Morte, o siguiese la Ruta de los Naufragios se dejaba atrapar por el misterio de un hombre escuálido de espesa barba y larga melena que paseaba en taparrabos por el entorno de los acantilados. Se llamaba Manfred Gnädinger, aunque todos lo conocíamos como Man de Camelle.
Manfred Gnädinger era un artista alemán que se asentó en Camelle y construyó su propio delirio creativo junto al mar. Un lugar en el que el visitante era bienvenido, bajo pago de lo que hoy sería aproximadamente un euro, y donde Man animaba a jugar con el arte invitándote a dibujar en una libreta su propio rostro sobre el cielo. Aquellos retratos de sí mismo, que no autorretratos, suspendido sobre la bóveda celeste lo complacían. En la hoja del cuaderno, junto al dibujo, pedía que se escribiese el nombre del autor, la fecha y la profesión. Algunos de ellos pueden verse hoy en el Museo Man de Camelle.
Man de Camelle, el hombre para el que la vida era arte, naturaleza y sencillez
Manfred llegó a Galicia en 1961 cuando tenía veinticinco años, en un momento en el que no había demasiados extranjeros en la zona, aunque sí una familia que hablaba su idioma, por eso se sintió bien acogido y enseguida pasó a ser el alemán de Camelle. Se dice que se quedó por amor a una profesora, pero fue su fascinación por ese mar, por las rocas y por la magia cargada de furia que conoció en A Costa da Morte lo que movió toda su vida de ahí en adelante.
Se instaló junto al Océano que tanto lo maravillaba para vivir una vida sencilla, casi de anacoreta, sin comodidades modernas como la electricidad o el agua corriente. Todo lo que la naturaleza le ofrecía era suficiente para él, aunque siempre contó con el soporte y el aprecio de sus vecinos.
Man de Camelle ya hablaba en los años sesenta de ecología, de vivir en armonía con la naturaleza y por eso practicaba una dieta vegetariana, algo bastante inconcebible en la Galicia de aquella época.
También practicaba una forma de vida sostenible y así montó su básica vivienda, con un solárium y un sistema de espejos que proporcionaban luz al interior y conservaban el calor.
Vida y muerte de un hombre que vivió de cara al mar
Man fue un hombre que vivió de espaldas al sistema y mirando al mar. Solo una red de vecinos basada en la solidaridad y el aprecio sincero era su vínculo con el resto del mundo. Mientras el universo llamado civilizado se hacía más complejo a medida que avanzaba el siglo XX, Man se centró en un absoluto minimalismo existencial en comunión con la naturaleza y con el arte.
El océano era posiblemente el aire que respiraba Man desde su refugio en Camelle, un oxígeno salado que le alimentaba el alma y le curtía su siempre desnuda piel. Sus piezas de arte también las traía el mar. Con los objetos que esta le entregaba, montaba sus piezas. Todo valía: redes, huesos, botellas… y piedras, las piedras del entorno que cultivó alrededor de su casa y que florecieron en un jardín de rocas que se elevaban hacia el cielo.
También los muros y paredes de su escueta vivienda, que comenzaron siendo lisos, blancos, negros, acabaron convirtiéndose en un lienzo plagado de colores y, sobre todo de círculos, esa forma que tanto lo fascinaba.
Todo el entorno que Man habitó acabó siendo una intervención artística integral que él trabajó a lo largo de toda su vida.
El chapapote que ahogó la vida y la obra de Man de Camelle
Cuando en el mes de noviembre del año 2002 tragedia del Prestige cubrió de toneladas de Petróleo A Costa da Morte, gran parte de la obra de Man de Camelle quedó sumergida bajo el chapapote. No solo su obra, sino su vida y su refugio, con el que él quiso preservar la naturaleza de la costa que lo había enamorado tantos años atrás, se tiñeron de negro ante su mirada incrédula, ante unos ojos que él se tapaba en aquellos días constantemente con las manos, para no ver.
Man murió el 28 de diciembre del año 2002, hace veinte años, y apenas un mes después de la catástrofe del Prestige. Se dice que murió de pena. Se dice y también se sabe con seguridad, porque los requiebros del alma carcomen el cuerpo y a Man el chapapote le envenenó oxígeno salado que necesitaba para vivir.
El legado artístico de Man de Camelle en A Costa da Morte
Man de Camelle creó con sus propias manos y con los materiales que A Costa da Morte le dio, un jardín escultórico marino único en todo el mundo. Tras el desastre del Prestige y la muerte del artista, se trató de recuperar y preservar las obras que rodeaban su casa, pero en noviembre de 2010 un temporal acabó destruyendo lo que quedaba de su obra.
Hoy quedan los recuerdos de los que tuvimos la fortuna de conocer a Man y su obra, además de una serie de fotografías que sus hijas donaron al Museo Man de Camelle, erigido en su honor y que recoge la esencia de sus creaciones, tratando de poner en valor el legado no solo artístico sino vital de Manfred Gnädinger.
Comment (0)